El debate de los mensajes mediáticos
En el libro sobre la influencia mediática en los niños y adolescentes titulado Children, Adolescents, and the Media (2009: 10) se describe el fenómeno “third-person effect”, que se podría traducir como “efecto de tercera persona”, el cual indica que los seres humanos tienden a asegurar que la influencia de los medios afecta a otros, no a sí mismos (Hoffner y Buchanan, 2002; Perloff, 2002). Es decir que las personas perciben que mientras más joven es un individuo, más alto será el efecto que los mensajes de los medios tendrá en él (Eveland, Nathanson, Detenber y McLeod, 1999). Lo más interesante es que hasta los niños endosan el efecto de tercera persona cuando apuntan que solo los “bebés” emulan lo que ven en televisión (Buckingham, 2000).
La susceptibilidad ante la influencia que los mensajes mediáticos ejercen en niños y adultos ha suscitado dos posturas radicalmente opuestas: una apunta a que los menores de edad son aún muy inocentes y vulnerables hacia los estímulos del mundo exterior, por lo que necesitan de la guía y protección de los adultos; la otra argumenta que los niños son altamente sofisticados, maduros e inteligentes, por lo que rechaza el paternalismo, la sobreprotección y la dependencia de padres-hijos. No obstante, ninguna de estos puntos de vista parece ser del todo satisfactorio. Los niños no son receptores pasivos de los medios masivos de comunicación pero tampoco son enteramente críticos y reflexivos ante su mensajes. De acuerdo con Strasburger, Wilson y Jordan (2009) probablemente el punto medio sería la respuesta más acertada.
Dentro del grupo de los niños, se hace preciso reconocer que un menor de 4 años piensa y responde de diferente manera que uno de 12; aún así, habría que admitir que a veces se hace difícil asegurar que dos niños tienen la misma edad o que cursan el mismo grado. Pero en reglas generales, los más chicos tienden a interpretar la información que reciben de diferentes formas, tal como lo han demostrado múltiples teóricos como Piaget (1930-1950) con su teoría del desarrollo cognitivo, y otros más recientes. Aunque la edad es un indicador diferencial en las habilidades cognitivas, hay otras estrategias que podrían responder a las formas en que un niño reacciona ante la influencia mediática: su desarrollo cognitivo; su personalidad; y el grado de socialización que posee, así como su capacidad para autorregular sus emociones y la disposición que tenga para disfrutar de nuevos estímulos (Strasburger, Wilson y Jordan, 2009: 13). Por ello es difícil establecer un solo prototipo que describa al niño.
Por otro lado, la adolescencia es una etapa que se caracteriza muchas veces como inestable y turbulenta. Más allá de los cambios físicos que podrían resultar dramáticos en algunos casos, los adolescentes afrontan el descubrimiento de la independencia y la madurez. Muchos estudiosos del desarrollo de esta etapa, aseguran que los periodos de rebeldía son necesarios y forman parte natural de la transición de niño a adulto (Gondoli, 1999). Algunos de los retos que habría que tomar en cuenta para comprender las formas en que aprenden los adolescentes son los siguientes (en Strasburger, Wilson y Jordan, 2009: 15-17):
Más allá de interpretar este tipo de actitudes como ególatras, como muchos insisten en llamarla, los adolescentes tienen más bien una creencia de invulnerabilidad a las consecuencias negativas de sus elecciones (Greene, Krcmar, Walters, Rubin y Hale, 2000) lo que los lleva a asegurar que las tragedias de otros “no me pasarán a mí”. No obstante, no todos los jóvenes experimentan este tipo de comportamientos imprudentes. Arnett (1992) apunta que este tipo de actitud dependerá de la socialización del individuo y que además de los vínculos entre el joven y sus padres, también hay otros elementos que contribuyen a moldear patrones de socialización como la escuela y el sistema de justicia. En este contexto, la tendencia a los riesgos prevalece más en culturas donde la socialización es amplia (broad socialization), es decir, aquella donde se promueve la independencia y la autonomía, y los límites o normas no están regulados de forma clara y precisa, a diferencia de la socialización restringida (narrow socialization) que se caracteriza por las sólidas relaciones familiares y comunitarias, además de que cuenta con límites claros que rigen responsabilidades y estándares de conducta (en Strasburger, Wilson y Jordan, 2009: 15-16).
La susceptibilidad ante la influencia que los mensajes mediáticos ejercen en niños y adultos ha suscitado dos posturas radicalmente opuestas: una apunta a que los menores de edad son aún muy inocentes y vulnerables hacia los estímulos del mundo exterior, por lo que necesitan de la guía y protección de los adultos; la otra argumenta que los niños son altamente sofisticados, maduros e inteligentes, por lo que rechaza el paternalismo, la sobreprotección y la dependencia de padres-hijos. No obstante, ninguna de estos puntos de vista parece ser del todo satisfactorio. Los niños no son receptores pasivos de los medios masivos de comunicación pero tampoco son enteramente críticos y reflexivos ante su mensajes. De acuerdo con Strasburger, Wilson y Jordan (2009) probablemente el punto medio sería la respuesta más acertada.
Dentro del grupo de los niños, se hace preciso reconocer que un menor de 4 años piensa y responde de diferente manera que uno de 12; aún así, habría que admitir que a veces se hace difícil asegurar que dos niños tienen la misma edad o que cursan el mismo grado. Pero en reglas generales, los más chicos tienden a interpretar la información que reciben de diferentes formas, tal como lo han demostrado múltiples teóricos como Piaget (1930-1950) con su teoría del desarrollo cognitivo, y otros más recientes. Aunque la edad es un indicador diferencial en las habilidades cognitivas, hay otras estrategias que podrían responder a las formas en que un niño reacciona ante la influencia mediática: su desarrollo cognitivo; su personalidad; y el grado de socialización que posee, así como su capacidad para autorregular sus emociones y la disposición que tenga para disfrutar de nuevos estímulos (Strasburger, Wilson y Jordan, 2009: 13). Por ello es difícil establecer un solo prototipo que describa al niño.
Por otro lado, la adolescencia es una etapa que se caracteriza muchas veces como inestable y turbulenta. Más allá de los cambios físicos que podrían resultar dramáticos en algunos casos, los adolescentes afrontan el descubrimiento de la independencia y la madurez. Muchos estudiosos del desarrollo de esta etapa, aseguran que los periodos de rebeldía son necesarios y forman parte natural de la transición de niño a adulto (Gondoli, 1999). Algunos de los retos que habría que tomar en cuenta para comprender las formas en que aprenden los adolescentes son los siguientes (en Strasburger, Wilson y Jordan, 2009: 15-17):
- La formación de una identidad propia (Schwartz y Pantin, 2006). Hay múltiples evidencias que justifican cómo los adolescentes hacen uso de Internet para experimentar identidades. En este aspecto, un estudio encontró que el 50% de los chicos/as de 9 a 18 años que usan Internet han pretendido ser otra persona mientras mantenían comunicación con otros en correos electrónicos, mensajes de texto o chat (Valkenburg, Shouten y Peter, 2005).
- El aumento del deseo de independencia lleva a que muchos padres sientan que sus hijos de 13 años necesitan menos supervisión que cuando tenían 5, por ej. Este tiempo de separación permite que los jóvenes tengan experiencias propias y diversascon, algunas no tan saludables. Un estudio norteamericano que involucró más de 90,000 adolescentes que asistían en los niveles 6º Primaria hasta Diversificado encontró diferencias significativas entre los menores que compartían regularmente la cena con sus padres y los que no (Fulkerson et al., 2006). Los chicos/as que compartían menos tiempo durante la cena con sus padres presentaron una tendencia significativa a fumar y a beber, a sentirse deprimidos, a manifestar actitudes violentas y a presentar problemas escolares.
- La tendencia a tomar riesgos se facilita hoy día debido al fácil acceso que existe al tabaco, al alcohol y a la actividad sexual. El tiempo de experimentación durante esta etapa es sin duda una empresa muchas veces imprudente. Estimaciones recientes sugieren que cada día, más de 6,000 menores en los EE. UU. comienzan a fumar (American Lung Association, 2003). Un estudio más actualizado en los EE.UU. reveló que el 47% de los estudiantes de 9º grado (3º Básico) hasta 12º grado (3º de Diversificado) admitió haber tenido relaciones sexuales (Centers for Disease Control and Prevention, 2006). El mismo estudio determinó que el 18% de los adolescentes había tenido en su poder un arma 30 días previo al sondeo, además el 43% había bebido alcohol, el 20% había consumido marihuana y el 37% de los estudiantes que aseguraron ser activos sexualmente, señaló no haber usado condón.
Más allá de interpretar este tipo de actitudes como ególatras, como muchos insisten en llamarla, los adolescentes tienen más bien una creencia de invulnerabilidad a las consecuencias negativas de sus elecciones (Greene, Krcmar, Walters, Rubin y Hale, 2000) lo que los lleva a asegurar que las tragedias de otros “no me pasarán a mí”. No obstante, no todos los jóvenes experimentan este tipo de comportamientos imprudentes. Arnett (1992) apunta que este tipo de actitud dependerá de la socialización del individuo y que además de los vínculos entre el joven y sus padres, también hay otros elementos que contribuyen a moldear patrones de socialización como la escuela y el sistema de justicia. En este contexto, la tendencia a los riesgos prevalece más en culturas donde la socialización es amplia (broad socialization), es decir, aquella donde se promueve la independencia y la autonomía, y los límites o normas no están regulados de forma clara y precisa, a diferencia de la socialización restringida (narrow socialization) que se caracteriza por las sólidas relaciones familiares y comunitarias, además de que cuenta con límites claros que rigen responsabilidades y estándares de conducta (en Strasburger, Wilson y Jordan, 2009: 15-16).
1. Los medios y la conducta prosocial en el niño
"Eight is enough" (Ocho son suficientes)
En países desarrollados donde el tema de los medios y sus efectos en la conducta psicosocial del niño forma parte integral de la agenda educativa, se critica constantemente el aspecto negativo de los mensajes mediáticos. No obstante, si se reconoce que la televisión, el cine e Internet pueden modelar comportamientos antisociales en los menores como la agresión, entonces también podría decirse que estos medios tienen de igual forma el potencial para moldear en los niños valores positivos o prosociales. Pero el tema de debate y de preocupación se centra en los mensajes que sí tienen un efecto negativo. Un estudio norteamericano a gran escala evaluó al azar la programación semanal de televisión en 18 canales que incluyó más de 2,000 shows de entretenimiento. El 73% evidenció al menos una escena de altruismo como ayudar a otros, compartir, dar o donar. En promedio, la audiencia de estos programas ve alrededor de tres actos de altruismo por hora, sin embargo cuando se compararon estos hallazgos con el National Television Violence Study se encontró que la concentración de escenas violentas en la programación infantil se incrementa a más del doble. En la televisión infantil, el altruismo se ilustra aproximadamente cuatro veces por hora, pero las escenas de violencia aparecen catorce por cada hora. Un niño norteamericano que ve la programación infantil durante tres horas diarias verá 4,380 escenas de altruismo y 15,330 de violencia al año (Wilson, 2008).
La programación de televisión durante sus inicios era limitada. A finales de 1960 y durante la década de 1970 los programas familiares más populares eran Lassie, La casa de la Pradera, Ocho son suficientes y Embrujada, por mencionar algunos. Pero fue a finales de 1970 y principios de 1980 que el análisis de contenidos en la TV reveló que los programas que los niños preferían muchas veces eran aquellos que retrataban la empatía, el altruismo y la exploración de emociones (Palmer, 1988). Las cadenas televisivas estadounidenses pronto descubrieron que podían producir más dinero si introducían dibujos animados para promocionar productos infantiles (ver Gráfica No. 6). A partir de entonces la programación infantil comenzó a decaer y no fue sino hasta 1990 con el Children’s Television Act y el Federal Communications Commission (FCC) que estipularon las guías que revirtieron el mundo del espectáculo infantil en la televisión de EE.UU. Hoy día, más de tres cuartos de la programación educativa ofrece shows “prosociales” (Jordan, 2004) (en Strasburger, Wilson y Jordan, 2009: 118).
La programación de televisión durante sus inicios era limitada. A finales de 1960 y durante la década de 1970 los programas familiares más populares eran Lassie, La casa de la Pradera, Ocho son suficientes y Embrujada, por mencionar algunos. Pero fue a finales de 1970 y principios de 1980 que el análisis de contenidos en la TV reveló que los programas que los niños preferían muchas veces eran aquellos que retrataban la empatía, el altruismo y la exploración de emociones (Palmer, 1988). Las cadenas televisivas estadounidenses pronto descubrieron que podían producir más dinero si introducían dibujos animados para promocionar productos infantiles (ver Gráfica No. 6). A partir de entonces la programación infantil comenzó a decaer y no fue sino hasta 1990 con el Children’s Television Act y el Federal Communications Commission (FCC) que estipularon las guías que revirtieron el mundo del espectáculo infantil en la televisión de EE.UU. Hoy día, más de tres cuartos de la programación educativa ofrece shows “prosociales” (Jordan, 2004) (en Strasburger, Wilson y Jordan, 2009: 118).
2. Los mensajes prosociales para adolescentes
Versión moderna de The Mod Squad
Un meta-análisis elaborado en 2005 con 35 investigaciones prosociales encontró que el impacto del contenido prosocial en el niño alcanza su efecto máximo cuando el menor cumple los 7 años y decae rápidamente a partir de esta edad, por lo que se concluyó que durante la adolescencia los individuos son relativamente “inmunes” a tales influencias o que simplemente son muy egocéntricos (Mares y Woodward, 2005). Sin embargo, en uno de los experimentos desarrollados en años anteriores, un grupo de 60 menores (de 9, 13 y 16 años) fue asignado a ver dos versiones de The Mod Squad. La versión violenta exponía la venganza de un capitán de la policía hacia el villano quien le había tendido una trampa para hacerlo ver como el responsable de un robo. Después del programa los chicos mantuvieron frente a ellos una máquina experimental donde podían presionar un botón que indicaba “ayudar” y el otro, “lastimar”. Aquellos adolescentes que vieron la versión prosocial tendían más a presionar el botón de “ayudar” que el de “lastimar” (Collins y Getz, 1976).
Por otra parte, Elias (1983) hizo un estudio muy intrigante en el que trató a un grupo de 109 muchachos entre los 7 y 15 años que tenían serios problemas emocionales y los sometió a ver durante un periodo de 5 semanas, 10 videos con contenido prosocial. Estos trataban temas sobre la burla, el bullying y la presión de grupo y en comparación con el grupo de control, los muchachos se mostraron posteriormente más aislados y menos perturbados, además el efecto duró aproximadamente dos meses después de haber visto los videos. Los medios pueden usarse para la enseñanza de temas importantes. Por ejemplo, Singer y Singer (1994) desarrollaron y probaron la eficacia de varios micro-programas curriculares donde adaptaron cinco episodios de Degrassi Junior High para adolescentes de 5o Primaria a 3o Básico. Los esfuerzos por demostrar el impacto positivo de los medios en la audiencia también tiene sus ejemplos en otros países. Un experimento en México fue a través de la novela didáctica Acompáñame de Miguel Sabido que protagoniza a tres mujeres que toman decisiones sobre planificación familiar y sus consecuencias. El programa creció en popularidad y logró que las ventas de anticonceptivos aumentaran al 23% durante el primer año que el show salió al aire, cuando el año anterior las ventas habían sido del 7% (Brink, 2006). De esta forma las novelas parecen ser un excelente medio para transmitir mensajes de salud pública. Personajes en la radio en países como China, India y Africa discuten los múltiples riesgos del SIDA (Singhal y Rogers, 1999). También en Zambia se evidenció el efecto positivo de una campaña de mercadeo en el uso del condón dirigida a adolescentes para reducir el riesgo de HIV (en Strasburger, Wilson y 2009: 123-126). Como resultado, los jóvenes que vieron al menos tres anuncios en la TV duplicaron el uso del anticonceptivo (en Strasburger, Wilson y Jordan, 2009).
Por otra parte, Elias (1983) hizo un estudio muy intrigante en el que trató a un grupo de 109 muchachos entre los 7 y 15 años que tenían serios problemas emocionales y los sometió a ver durante un periodo de 5 semanas, 10 videos con contenido prosocial. Estos trataban temas sobre la burla, el bullying y la presión de grupo y en comparación con el grupo de control, los muchachos se mostraron posteriormente más aislados y menos perturbados, además el efecto duró aproximadamente dos meses después de haber visto los videos. Los medios pueden usarse para la enseñanza de temas importantes. Por ejemplo, Singer y Singer (1994) desarrollaron y probaron la eficacia de varios micro-programas curriculares donde adaptaron cinco episodios de Degrassi Junior High para adolescentes de 5o Primaria a 3o Básico. Los esfuerzos por demostrar el impacto positivo de los medios en la audiencia también tiene sus ejemplos en otros países. Un experimento en México fue a través de la novela didáctica Acompáñame de Miguel Sabido que protagoniza a tres mujeres que toman decisiones sobre planificación familiar y sus consecuencias. El programa creció en popularidad y logró que las ventas de anticonceptivos aumentaran al 23% durante el primer año que el show salió al aire, cuando el año anterior las ventas habían sido del 7% (Brink, 2006). De esta forma las novelas parecen ser un excelente medio para transmitir mensajes de salud pública. Personajes en la radio en países como China, India y Africa discuten los múltiples riesgos del SIDA (Singhal y Rogers, 1999). También en Zambia se evidenció el efecto positivo de una campaña de mercadeo en el uso del condón dirigida a adolescentes para reducir el riesgo de HIV (en Strasburger, Wilson y 2009: 123-126). Como resultado, los jóvenes que vieron al menos tres anuncios en la TV duplicaron el uso del anticonceptivo (en Strasburger, Wilson y Jordan, 2009).
3. Las cinco preguntas básicas para analizar mensajes mediáticos
El Centro de Alfabetización en Medios (Center for Media Literacy) propone cinco preguntas básicas que debe hacerse cualquier ciudadano ante los mensajes que envían los medios.
1. ¿Quién envía este mensaje?
2. ¿Qué técnicas se utilizaron para atraer mi atención?
3. ¿De qué otras formas puede ser interpretado este mensaje?
4. ¿Qué valores o puntos de vista hay en este mensaje? ¿Cuáles no se tomaron en cuenta?
5. ¿Cuál es el objetivo real de enviar este mensaje?
Tessa Jolls del CML, lo explica en el siguiente vídeo
1. ¿Quién envía este mensaje?
2. ¿Qué técnicas se utilizaron para atraer mi atención?
3. ¿De qué otras formas puede ser interpretado este mensaje?
4. ¿Qué valores o puntos de vista hay en este mensaje? ¿Cuáles no se tomaron en cuenta?
5. ¿Cuál es el objetivo real de enviar este mensaje?
Tessa Jolls del CML, lo explica en el siguiente vídeo